jueves, 4 de septiembre de 2008

MURIÓ EL DOCTOR ALBERT SCHWEITZER (Transcripción de la noticia de la imagen).


Los restos del gran humanista y filósofo fueron sepultados en una sencilla ceremonia en el rojo terreno del África donde pasó más de medio siglo curando y enseñando a los necesitados. El ganador del Premio Nobel de la Paz fue elogiado como “uno de los hombres cuya influencia no se extinguirá con su muerte: su vida y su trabajo perdurarán por siempre como testimonio elocuente de caridad cristiana”. Homenaje del Presidente Johnson.

LAMBARENE, (Gabón), 5.- (UPI).- El médico, misionero y Premio Nobel de la Paz, Albert Schweitzer, fue sepultado hoy en el rojo terreno del África donde pasó más de medio siglo curando y enseñando.

Sus ayudantes depositaron el modesto ataúd de madera en una tumba junto a la de su esposa y colocaron encima de lugar una sencilla cruz de madera dura pintada de blanco que el mismo Schweitzer talló con sus grandes manos.

La breve ceremonia del entierro cerca de la rivera del tranquilo río Ogowe, justamente debajo de la línea del Ecuador, se realizó a las 3 de la tarde, 16 horas después del fallecimiento del anciano patriarca alsaciano, de 90 años de edad.

El cadáver del gran humanista y filósofo fue conducido desde su pequeño cuarto, donde estuvo enfermo sólo 10 días, al cementerio de la misión, blanqueada con cal.

El doctor Walter Munz, médico suizo de 32 años de edad que asumirá la dirección del hospital de la selva así como la misión que desempeñó Schweitzer por tan largo tiempo dijo que el anciano filósofo, escritor y misionero entregó su alma al Creador “pacífica y dignamente” sin sufrimiento.

La señora Rhena Exker, hija única de Schweitzer, de 46 años de edad, estuvo junto al lecho de su padre toda la última semana. Schweitzer la designó Presidenta de la Fundación que lleva su nombre y que está a cargo de la administración del hospital.

Schweitzer pasó del sueño a la muerte poco antes de la medianoche. Agotado por los años y por su incansable actividad, debió recluirse en cama hace sólo 10 días, en su pequeño cuarto.

El ritmo de la vida se detuvo en el hospital de la selva donde hay unos 600 africanos enfermos. Son pocos los que comprenden que el “gran hombre blanco” ya no volverá allí para fiscalizar el centro médico, ni ocuparse de las salas ni de las siembras.

Pero, en cumplimiento de la voluntad del difunto, se seguirá trabajando en la misión bajo la dirección de su “mano derecha”, el doctor Munz.

Este y el especialista californiano del corazón doctor David Miller, asistieron a Schweitzer las 24 horas de día durante su enfermedad.

Horas después de la muerte del ejemplar filántropo, la noticia circuló como un reguero de pólvora, por todo el continente africano. El Presidente de Gabón, Leon M’Ba, envió una delegación del gobierno al funeral del hombre que fue aclamado como quizás el más grande pensador viviente.

Las energías del anciano médico fueron debilitándose de día en día. Reclinado en su modesta cama de hierro, con los ojos cerrados y su rostro de paz, Schweitzer estuvo escuchando, hasta poco antes del fin, música de admirado Juan Sebastián Bach, cuyos discos cambiaban solícitamente sus ayudantes.

El viernes el enfermo entró en coma y no volvió a reconocer a las contadas personas que eran admitidas en su habitación, entre ellas los últimos ancianos africanos sobrevivientes, que lo ayudaron a construir el leprosario en 1913, su fiel enfermera Maoildeuk y su hija. La muerte ocurrió exactamente a las 11.24 de la noche.

Tan pronto se conoció la noticia del deceso, comenzaron a llegar mensajes de pésame de todo el mundo, entre ellos de los gobiernos de Francia y de otros países.

El Cardenal Maurice Feltin, Arzobispo de París, elogió a Schweitzer como “uno de los hombres cuya influencia no se extinguirá con su muerte: Su vida y su trabajo perdurarán por siempre como testimonio elocuente de caridad cristiana”.

Hasta hace pocas semanas y aún cuando había reducido grandemente sus actividades médicas, Schweitzer disfrutaba de buena salud. En las ceremonias celebradas con motivo de cumplir 90 años, el 24 de enero pasado, se irritó visiblemente cuando alguien le preguntó quién continuaría su misión cuando muriera.

No obstante, Schweitzer sabía que sus días estaban contados. Varias veces, recientemente, señaló un lugar junto a la tumba de su esposa y dijo: “Aquí es donde quiero descansar”.

La muerte de Schweitzer se mantuvo en secreto durante la noche en cumplimiento del deseo expuesto hace algún tiempo por él mismo hasta que su hija tuviera la ocasión de transmitir la noticia a los miembros de la familia.

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