lunes, 2 de junio de 2008

Albert Schweitzer y la Ecología.

En sus 90 años de vida, que concluyeron el año 1965 en la selva del África Ecuatorial, Albert Schweitzer llegó a ser considerado una especie de conciencia del mundo occidental. Su vida y su obra habían señalado un camino de superación de la profunda crisis en que estaba sumido el ser humano de nuestra civilización, a consecuencia de su fe ciega en el progreso y en su actitud de conquistador primitivo frente a sus semejantes y frente al mundo. El camino de Schweitzer, que él mismo siguió con singular dedicación, reconoce como punto de partida el fenómeno de la unidad de la vida y la consiguiente obligación del ser humano de respetar las múltiples formas que ella presenta sobre la tierra. Según él, ninguna acción que de alguna manera implique muerte o destrucción puede ser acometida sin previa decisión en conciencia acerca de su necesidad: he aquí la responsabilidad ineludible y permanente que pesa sobre cada ser humano; “Soy vida que quiere vivir en medio de otras vidas que también quieren vivir”, es el axioma en que se funda la ética universal del “respeto por la vida” que concibió mientras ejercía su apostolado médico en plena selva africana, y que más tarde desarrolló en su obra “Cultura y Ética”.

La filosofía de Schweitzer, en que la ética cristiana se encuentra con el pensamiento de Oriente, concibe al ser humano como parte integrante de un todo que es la Creación. Solamente integrado a ella puede realizar su misión terrenal. Esta posición fundamental de armonía entre el ser humano y la naturaleza demuestra la afinidad de sus ideas con el pensamiento ecológico, que partiendo de premisas científicas, llega a las mismas conclusiones. Sólo manteniendo los equilibrios naturales que permiten el desarrollo de todo el potencial de vida que ofrece nuestro planeta puede el ser humano manejar responsablemente los recursos que le han sido confiados. Filosofía y Ciencia se dan la mano en esta “concepción del mundo” que responde a la inquietud del hombre de hoy frente a la condición de su mundo. El pensamiento ecológico, quieran o no algunos hombres de ciencia, sobrepasa los límites de lo científico, y obliga al individuo a tomar una posición filosófica y ética concordante con las estrechas y complejas relaciones de interdependencia que unen a todos los seres, sin excluir al hombre, en lo que se ha dado en llamar “la telaraña de la vida”.