lunes, 19 de mayo de 2008

EL ALCANCE ESPIRITUAL DE LA MUSICA DE BACH.

La familia Bach tiene sus raíces en Thuringe, en la parte central de Alemania, la antigua Alemania del Este. Una Alemania profunda, tejida con tradiciones muy sólidas y cuyos habitantes, en este país rico y bello, de bosques y pueblos opulentos, evidencian cualidades de sentido común, solidez y fidelidad notables. Existen centenares de familias Bach en esta región cuyas principales ciudades son Arnstadt, Eisenach, Gotha, Erfurt y Weimar. Sus terratenientes son sedentarios, puntuales, trabajadores de vida digna y generalmente pobre. Son fácilmente familias de hasta veinte hijos; profundamente religiosas, protestantes luteranos en el sentido más estricto de la palabra. Son numerosos los Bach hábiles músicos o fabricantes de instrumentos. Celo en el trabajo, costumbres simples, piedad y buen humor. Todo esto es lo que conocerá el pequeño Juan Sebastián. Pero también, muy rápidamente, la muerte se lleva a sus padres casi al mismo tiempo, cuando apenas tenía diez años. Pero el clan Bach es sólido, bien establecido, y los huérfanos (numerosos) encuentran siempre tíos y tías que se encarguen de ellos.

Genio desconocido aún, Juan Sebastián Bach recibe una educación general correcta, sin más. Nunca fue a la universidad. Pero muy pronto se le reveló la música, que era el ambiente natural en su familia. Organista pronto afamado, probablemente excelente violinista, director de orquesta y de coro, Bach nunca fue un gran viajero. Pero empezó a desplazarse según el buen criterio de sus protectores, quienes le contrataban para sus cortes.

Así es como conoció (entre otras) las cortes de Weimar, luego Coethen y finalmente la célebre Thomasschle de Leipzig, donde residió el resto de su vida desde 1723. Allí no fue, por cierto, muy feliz, principalmente por desacuerdos con sus "patrones": ni ellos ni sus propios hijos pensaron por un momento en la importancia del genio de Bach. Después de su muerte en 1750 fue enterrado pobremente y su familia se dispersó. Hubo que esperar a que Mendelssohn sacara de nuevo a la luz la Pasión según San Mateo, y luego la de San Juan, para que las cosas cambiaran. Desde entonces, ya se sabe cuál fue la gloria de Bach.

UNA OBRA MONUMENTAL.

La obra de Bach es increíblemente fecunda. No hubo periodo de su vida en el que no haya producido obras maestras. Tenemos que notar que no todo fue conservado, ni mucho menos, Uno de sus hijos, Friedemann, a quien su padre había confiado parte de sus manuscritos, perdió un buen número de ellos. Estas obras raramente se volvían a tocar.

En Leipzig, por ejemplo, Bach tenía que producir una cantata cada domingo; sí, lo han leído bien: una cantata cada domingo, con su partitura completa para orquesta, los coros y las partes solistas. Bach componía a principio de semana, luego recopilaba las distintas partes. Luego, el manuscrito iba a la pila de los "ya tocados". Es cierto que Bach tenía un arte muy probado: sabía coger de aquí y de allá fragmentos que volvía a colocar, adaptándolos, en nuevos contextos. Aparte de esto, Bach estaba componiendo obras importantes, enseñaba canto a unos niños, incapaces e insolentes (tal como se le exigió en Leipzig durante cierto tiempo) y tenía que dar clases en latín. Todo esto a cambio de un salario ridículo. Pero Bach tenía muchas bocas que alimentar...

Sería fastidioso presentar un inventario completo de las obras de Bach. Digamos a grosso modo que está compuesta de música para órgano, piezas de clavicordio, sonatas para violín y violoncello, conciertos o piezas para conciertos, oratorios, misas, pasiones, magníficats y 300 cantatas diversas. ¡Pero ni una sola ópera! Su lema era "Todo con Dios", e hizo que no se interesara ni por el teatro ni por la ópera. Notemos que al final de su vida su música se hizo más pura y sus últimas obras tienden a ser más abstractas (compárese, sobre todo, el Arte de la fuga y la Ofrenda musical, que son el no va más del contrapunto y de la polifonía).

Se dice a menudo de Bach que no ha inventado formas nuevas, sino que ha sabido explotar de forma genial las formas ya existentes. Eso le puso en conflicto con sus superiores porque, por ejemplo, los motetes o cantatas los enriquecía hasta tal punto que desorientaba a los fieles y les hacía perder el hilo del servicio religioso, y los que tenían que tocar no podían seguirlo. La tradición luterana pura exigía una línea musical inspirada en la simplicidad gregoriana y no encajaba bien con los virtuosismos temáticos, los contrapuntos y los cambios de tonalidad de Bach. Ya entonces Bach no estaba siendo entendido ni apreciado en su justo valor.

QUE CRISTO SEA ANUNCIADO.

Pero las cosas han cambiado mucho. Hemos citado a Mendelssohn, quien decía de una de sus corales: "Si la vida te quitase toda esperanza y toda fe, esta coral, ella sola, te las devolvería íntegramente". Y más adelante, Nietzsche, el filósofo alemán ateo, autor de la célebre fórmula "Dios ha muerto", oyó tres veces, cuando era profesor en Basilea, la Pasión según San Juan y dijo de "su profunda sorpresa: quien ha desprendido por completo el cristianismo, lo oye aquí como verdadero evangelio". Eso le hubiera gustado oírlo a Bach, pues él decía que la Pasión de Cristo era el único tema que debe entusiasmar a un músico. Y al gran compositor le gustaba citar Filipenses 1:18, "¿Qué pues?, Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún".

Uno no puede más que maravillarse observando este equilibrio interior de Bach, que perdió a su primera esposa, María-Bárbara, en 1720, dejándole ocho hijos. Luego se casó, en 1724, con la joven Anna-Magdalena, quien le dio ¡otros catorce hijos! La higiene no era en aquellos días lo que es ahora y a menudo un pequeño ataúd salía por la puerta de la casa. La presencia de la muerte, la intimidad misma con el ineludible fin, convivieron siempre con Bach, no de forma mórbida, paralizante (siempre trabajaba con más y más empeño), sino de forma sutil y nostálgica, muy germánica, anunciando el Romanticismo que estaba ya por llegar. Así es como encontramos cantatas y motetes muy reveladores en sus temas, como "Toca, pues, hora deseada", "Ven, hora suave de la muerte", "Cerrados mis ojos cansados"...

Para Ana-Magdalena, que tenía una voz de soprano muy bonita y para quien tenía sentimientos muy profundos, Bach había compuesto (se encontró minuciosamente guardado por su destinataria en su célebre cuaderno) una pieza de música con el título "Cerca de ti iré sin temor". De la muerte no tiene nada que temer si, en el último momento, puede dormirse con las manos de su amada tiernamente puestas sobre sus ojos cerrados. Conviviendo con esta segunda esposa hay testimonios que dicen cuán dulce y simple era su vida, religiosa ante todo, humildemente dada a la tarea de cada día, a modo de oración continua. Era una vida serena, iluminada por la esperanza; y no es de extrañar que todo esto se encuentre en la música de Bach.

UN CLIMA MUSICAL QUE EVOCA LA PRESENCIA DE DIOS.

Es ante todo una melancolía sublime, desgarradora, la que aparece en las corales, por ejemplo, hecha de grandeza, de ese conjunto inimitable de equilibrio entre las masas sonoras en presencia y esa forma de alternar temas sacudidos con largas líneas musicales más transparentes. No sé en qué reside la emoción que nos embarga: hace pensar a la vez en la fragilidad extraordinaria del hombre y en la presencia todopoderosa de Dios, en un clima musical que evoca el Reino.

Luego llega la temática prolífera de las fugas y de las partes instrumentales. No olvidemos que Bach, cuando se le daba un tema, era capaz de improvisar dos horas sobre él. También estaban las partes recitativas, con su peculiar colorido (textos de poca calidad que le entregaban los autores de libretos), a las que Bach, con su genio, aportaba una presencia conmovedora. La estructura contrapunteada de sus obras contribuye a dar esta impresión de elaboración sonora permanente, como si una catedral surgiera poco a poco ante nuestros ojos y oídos, con todo su esplendor, grandeza y magnificencia. Pensemos, por ejemplo, en los dos coros magistrales que abren y cierran la Pasión según San Juan, o en ciertos pasajes de la Misa en si.

Hablando de eso, hay que notar los problemas que el protestante Bach habrá encontrado al escribir esta obra, para honrar al rey de Polonia, elector de Saxe, que era católico. Es una obra muy grande, la más considerada dicen ciertos críticos, constituida por 26 piezas yuxtapuestas. A Bach le animaban dos sentimientos contradictorios: doblegarse a las exigencias de la forma de la misa y respetar, sin embargo, su espiritualidad personal. Y en esta obra ha logrado expresar el poder y la dulzura en una síntesis majestuosa de 1.700 años de fe cristiana junto a la humilde súplica de un fiel frente a Dios.

Porque -y así concluimos- Bach ha sabido hasta el final ser el predicador más grande de la doctrina luterana en el equilibrio que tenía de confianza e inquietud, de temor y esperanza: temor frente al Dios del Antiguo Testamento, el Dios severo y justo; esperanza y confianza en presencia del Cristo redentor. Todo eso a la vez que llevaba una vida bella y rica, golpeada por las preocupaciones y los duelos, pero con el sentido común de la gente de a tierra de donde procedía, y este ideal espiritual ferviente que ha estructurado absolutamente todo lo que hizo. Con el Genio, además.

Artículo escrito por Jean Jacques Gallay en 1978.

lunes, 12 de mayo de 2008

Acerca del maestro Dr. Albert Schweitzer

Albert Schweitzer, avezado músico, pensador y médico, (1875-1965) es uno de aquellos grandes hombres que a pesar de los acontecimientos adversos del mundo, nos hacen mantener viva la esperanza en la humanidad.

Nacido en la alta Alsacia, estudió filosofía y teología en Estrasburgo, donde se doctoró en 1899. A principios de siglo, mientras residía en París, su interés se volcó al estudio de la música para la cual demostró tener un grandísimo talento. En especial dedicó sus esfuerzos al conocimiento del gran maestro Johann Sebastián Bach, sobre quien escribió un libro titulado "Bach, el músico poeta".

Pero, la inquietud y rebeldía de Schweitzer, que se presentaba en todos los terrenos del pensamiento, lo llevaron a estudiar medicina, doctorándose en esta disciplina en 1913, mas no para ejercitarla cómodamente en una urbe como París. Sí, pues el Viernes Santo de 1913 se despide de sus conocidos, para junto a su esposa enfermera partir hacia el África Ecuatorial Francesa. "Hasta ahora he estado diciendo lo que había que hacer, ahora me voy a hacerlo", fue su frase de despedida.

Y este “hacer” lo llevó a cabo durante 52 años. Una vez llegado a África, se instaló en los bancos del río Agoué, dentro de una misión protestante de la Sociedad de Misiones Evangélicas. Allí fundó su hospital con recursos propios y de algunos de sus seguidores. Lo administró a su manera, de hecho en el se admitía a toda la familia que acudía con un enfermo entregándoles cabañas para alojarse, pero la alimentación estaba reservada sólo para los enfermos que requerían dieta especial y los cuidados sanitarios sólo para los casos de especial gravedad. El resto corría por cuenta propia. De esta manera, el hospital a veces contaba con 1.200 huéspedes mientras que los enfermos eran sólo 250. En todo caso ello servía para mantener una vigilancia sanitaria sobre toda la comunidad.

Luego, en Lambarené, actual Gabón, toda actividad se desarrollaba bajo la dirección paternal de Schweitzer, y su equipo de médicos europeos.

Construyó un leprosario, impactado por esta enfermedad que atormentaba a la comunidad indígena ya diezmada por males como el esclavismo y el alcoholismo.

Toda esto fue construido a partir de un gallinero, para cuyo efecto Schweitzer se hizo leñador, albañil, arquitecto, por supuesto, junto al ejercicio de su apostolado médico.

Visita, hace curas, opera de la noche a la mañana y, además, escribe libros, manda cartas y crea una red internacional de ayuda a su obra, manteniendo correspondencia con personas y personajes de todo el mundo.

A causa de la Primera Guerra Mundial, es tomado presionero e internado en un campo de concentración, debido a su origen germánico. Después realiza varios viajes a Europa donde da conferencias y conciertos, con el fin de recaudar fondos para África y sus desventurados enfermos. Así, su fama y sus opiniones se acrecientan, junto a su firme oposición a las armas nucleares, hecha a través de una serie de llamamientos que lo convierten en un activo militante antinuclear.

Como justo reconocimiento a su obra, en 1953 se le otorga el Premio Nobel de la Paz: el 10 de diciembre de dicho año, una orquesta dirigida por Hugo Kramm abrió la ceremonia de entrega del premio al galardonado Albert Schweitzer, quien no pudo asistir pues tenía deberes que cumplir en su hospital. No obstante, el embajador francés en Oslo leyó un breve comunicado del galardonado, donde agradecía el premio y anunciaba que lo recibido sería utilizado para sus fines benéficos. 

Albert Schweitzer murió un 4 de Septiembre de 1965, a la edad de 90 años, y fue enterrado junto a su esposa dentro del recinto de su amado hospital.